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23 años del Centro de Atención, Valoración y Rehabilitación de Fauna Silvestre-CAVR, en palabras de sus protagonistas 


Zootecnistas, veterinarios, biólogos y otros expertos que trabajan en este centro médico veterinario, hacen un recorrido por la evolución del CAVR, un lugar que ha convertido el bienestar integral de la fauna silvestre en un orgullo para en nuestro Valle de Aburrá por su liderazgo en Latinoamérica. 

“No, es que cuando yo vine acá esto era una casita prefabricada y eso era todo. Lo que está en construcción ahora para ampliar el CAVR eran unas pequeñas instalaciones y de resto puro monte, había era ganado... Hablo de hace 23 años, cuando esto inició; éramos una veterinaria y dos operarios. Entramos el mismo día incluso. Nos tocaba recibir animales, todo, todo lo que tocara hacer. Nos tocaba duro, cuando comenzaba a llover nos tocaba correr a entrar las jaulas donde estaban los loros, los micos, todo… Éramos toderos, hasta celadores, una semana me quedaba yo a amanecer y ​la otra mi compañero. Esto comenzó a crecer fue más adelante”, así lo relata William de Jesús Muñoz, operario del Centro de Atención, Valoración y Rehabilitación de Fauna Silvestre (CAVR), del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, quien al hablar eleva la mirada y sus manos para señalar los espacios que ha visto transformase con el paso del tiempo. 

Este centro ubicado en la vereda Filo Verde de Barbosa, a un poco más de 33 kilómetros desde el centro de Medellín, rodeado por un protagónico paisaje verde y montañoso, surgió en el 2001 como respuesta del Área Metropolitana del Valle de Aburrá a una directriz nacional, que se dio en 1996, de implementar una estrategia de atención a la fauna silvestre en el país. Vale recordar que la tenencia de fauna silvestre es ilegal en Colombia, excepto para las colecciones vivas, zoológicos y museos, y puede ser castigada con entre 2 y 8 años de cárcel o con multas de 5.000 salarios mínimos (SMMLV). 

“En esos inicios estuvimos como en ‘playa baja’, con unos cubículos pequeños, en unos predios de EPM, de los cuales el Área Metropolitana del Valle de Aburrá adquirió 6,5 hectáreas, que comprenden lo que hoy conocemos como el Parque de Las Aguas y el CAVR. En esta época tuvimos varios operadores como la Universidad de Antioquia; luego lanzamos una licitación y se la ganó la Universidad CES que desde 2006 es operador del proyecto”, explica Andrés Alberto Gómez Higuita, zootecnista y magister en Gestión del Riesgo en Medio Ambiente, quien lleva nueve años en la Entidad y se despeña como supervisor de varios proyectos en torno a la protección y la conservación de la fauna silvestre, entre ellos, la de este centro. 

Cuando ingresa este nuevo operador, se fortalece el equipo base con la designación de un médico veterinario, un biólogo, un auxiliar y operarios, algunos de ellos, suman hasta 16 años; además, se iniciaron los diseños para la construcción de nuevos espacios, y así mejorar las instalaciones del CAVR con el fin de ofrecerle una mejor atención a los animales silvestres que se rescataban. 

En 2010, con la resolución 2064 del Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial, “Por la cual se reglamentan las medidas posteriores a la aprehensión preventiva, restitución o decomiso de especímenes de especies silvestres de Fauna y Flora Terrestre y Acuática”, se determinaron los parámetros que deben tener en cuenta las autoridades ambientales a la hora de tener un CAVR. Fue así como se fortaleció el trabajo mancomunado con otras autoridades ambientales de la región, teniendo en cuenta que el Área Metropolitana del Valle de Aburrá es autoridad ambiental en la zona urbana, se tenían dificultades para realizar procesos de liberación debido a la poca zona verde que administra, por lo que se hicieron convenios con Corantioquia, Corpourabá y las autoridades que hacen parte del Sistema Nacional Ambiental (SINA) para facilitar el regreso de las especies a su hábitat.  

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Anécdotas de cuarentena  

Antes de que todo este fortalecimiento institucional llegara, William de Jesús Muñoz recuerda, también, con simpatía, algunas de las anécdotas que le causaron varios dolores de cabeza durante los primeros años del CAVR. 

Por ejemplo, como no había una unidad de neonatos ni un equipo de profesionales que alimentara a los pichones de diferentes especies, como hoy, este experimentado operador del CAVR recuerda: “Había momentos en los que nos tocaba llevarnos pichones de loros, de guacamayas, de periquitos, para la casa para poderlos alimentar porque llegaban tan bebés que no sabían ni comer, sobre todo en Semana Santa, una época en la que muchas de estas especies se reproducen, y en la que los traficantes de fauna silvestre tumban sus nidos para sacarlas. Entonces, cuando eran rescatados por la policía, había que tener ese tipo de cuidados. Ahora eso ha cambiado mucho porque que somos más los profesionales con tareas específicas para atender las necesidades de los animales que van llegando". 

Las cicatrices que lleva Muñoz en diferentes partes del cuerpo, por mordeduras de diferentes especies de primates, también son testimonio de las limitaciones que en su momento se tenían para asegurar que ninguno de ellos se escapara y no causara perjuicios a las casas de los habitantes aledaños, así como para garantizar encerramientos más amplios que les permitieran a los operarios entrar para hacer aseo sin que eso pusiera en riesgo su integridad física. 

“Una vez, cuando estaba haciendo el aseo a una jaula donde había muchos micos y poco espacio… como que toqué a uno y chilló, y como cuando chilla uno vienen todos, uno me atacó y al morderme, rompió la bota y me hirió, tuvieron que ponerme 18 puntos, estuve como 20 días incapacitado. Otro día, se nos volaron unos e hicieron daños en una tienda, uno se comió un montón de mecato, otro le dañó unos cigarrillos a un señor, otro hasta quebró por allá una vitrina, nos dimos cuenta porque aquí vinieron a cobrar los daños y pudimos rescatarlos y traerlos de regreso… Ahora que hay candados y más seguridad y no es tan fácil que algo así pase de nuevo”, agrega Muñoz. ​

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Los grandes retos para los primeros empleados, según explica Muñoz, duraron alrededor de dos años, pero poco a poco, incluso la limpieza que hacía de la zona con machete, porque había una amplia zona verde que apodar y sobre la cual había que abrirse paso, ahora es organizada por colaboradores del aseo que complementan el  trabajo que los operarios hacen en las zonas y jaulas donde están ubicados los animales, y como las instalaciones se han ido mejorando y ampliando con el paso de los años, ahora se usan otros implementos para mantener en orden todo el espacio que vincula a 55 colaboradores entre operarios, veterinarios, biólogos, microbiólogos, auxiliares, estudiantes y vigilantes. 

“La jornada de nosotros era de 6:00 a.m. a 3:00 p.m. o 4:00 p.m. para el que se iba para la casa. El que se quedaba amaneciendo, debía de estar pendiente de la llegada de la policía, que llevaba los animales rescatados. En cuanto a las tareas, hacíamos limpieza de las jaulas, picábamos los alimentos, se los dábamos a los animales, etc. En cambio, ahora hay personas para cada cosa…  

He ido aprendiendo poco a poco todo lo que se hace en un CAVR, pero como soy de Vegachí, Antioquia, conocía muchas especies de fauna. Recuerdo que hasta fui cazador, los padres le enseñaban a uno que era necesario hacerlo para traer carne. Ahora uno ve, que, a veces, es hasta más animal que ellos; que el animal hay que respetarlo, uno eso lo aprendí acá, hasta a las culebras uno aprende a respetarlas”, agrega por último Muñoz con una vaga sonrisa. 

Una línea de emergencias exitosa 

Además del fortalecimiento de las instalaciones, en 2021 el Área Metropolitana del Valle de Aburrá apostó por la creación de la línea de atención Emergencia de Fauna Silvestre (304 630 0090), en la que se reciben alrededor de 50 a 60 llamadas diarias entre las 6:00 a.m. y  las 10:00 p.m. Comenzó con un operador y actualmente tiene tres para atender las demandas de la ciudadanía. 

“Desde 2020 hacia atrás era el veterinario el que contestaba la línea telefónica, entonces, por ejemplo, si algún ciudadano llamaba porque tenían una zarigüeya en el techo de su casa, se quedaba hasta 15 o 20 minutos explicándole por qué eso no era una emergencia, y la importancia de aprender a cohabitar y a coexistir con ellas, lo cual implicaba desviar tiempo en atención médica veterinaria”, explica el zootecnista Gómez, quien desde 2020 se desempeña como supervisor del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, en la operación de este proyecto a cargo de la Universidad CES. 

Julián Isaza, el coordinador de esta línea, recuerda que el 2 de junio de 2020 inició la prueba piloto de dos meses de esta iniciativa, y con el apoyo del equipo de comunicaciones del CAVR,  más personas se enteraron de su existencia y pasaron de recibir 10 a 50 o 60 llamadas al día; por lo que se amplió el equipo.   

 “Ahora recibimos entre 900 y 1.000 llamadas al mes. En las llamadas hay de todo, desde lo pedagógico hasta casos de emergencias. La parte pedagógica requiere de profesionales técnicos cerca, ellos nos han enseñado mucho, cada vez que nos ingresa un caso hacemos un triaje y le damos prioridad a los casos según la clasificación”, explica Isaza. 

A todo este proceso de atención le hacen un seguimiento a través de una bitácora digital, en la que por colores identifican qué casos tienen activos, cuáles atendieron y cuáles se trató de una respuesta enfocada a la pedagogía. Así es como esta línea se ha convertido en un referente para el país por su atención diligente y porque ha permitido visibilizar la acción que del CAVR. 

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Ambulancias para la fauna silvestre 

El trabajo de Julián Isaza y su equipo no tendría todo este  alcance si no fuera por el trabajo de conductores como Juan Gabriel Mesa, quien maneja una de las dos Unidades de Rescate Animal (URA), ambulancias para animales silvestres, cuyos desplazamientos son monitoreados y definidos por la supervisión del Área Metropolitana del Valle de Aburrá. Mesa y sus compañeros, inician labores a las 8:00 a.m., pero no siempre la termina a las 6:00 p.m., a veces se queda horas extras atendiendo emergencias al considerar que su trabajo es un aporte a la sostenibilidad del territorio metropolitano. 

“En una emergencia te llaman y te dicen, ‘¡un gallinazo se accidentó!’ en tal lado; listo salimos para allá… Prendemos la sirena, y llegamos rápido como si fuera la atención a un humano. Uno no es técnico, lo básico que sé es porque me lo han enseñado, pero la satisfacción mayor es ayudar a los animales… Ninguna situación es igual, pero uno sabe que en todas está ayudando a este planeta Tierra, aunque sea un animal que no está en emergencia, pero que lo estamos recogiendo porque estaba en cautiverio y luego llevarlo al CAVR para su atención, y después ver su proceso de liberación, es la mayor satisfacción. Esto me ha llenado como persona, me ha humanizado para enseñarle a la gente cosas a las que antes no le daba importancia por desconocimiento. Es muy bonito porque a pesar de que los animales no te van a dar las gracias, es muy personal, uno sabe que ayudó. 

Aunque yo no sea ni biólogo, ni zootecnista, de cierta forma tiene uno ahí su lado animalista. Para mí un día de trabajo es un día satisfactorio de ayuda por el planeta; este trabajo lo hago por amor”, comenta Mesa antes de bajarse del URA para recoger los animales que llegaron a la Estación de Paso del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, en el Jardín Botánico, donde se hace una primera atención a los animales silvestres que llegan y en el que se reciben otros en cautiverio que entregan voluntariamente. Allí, de lunes a domingo, trabajan dos médicos y dos auxiliares veterinarios  que brindan atención entre las 6:00 a.m. y las 10:00 p.m. 

Esta vez, le correspondió a Anderson Orozco, auxiliar veterinario, entregarle a Mesa los animales que llegaron el día anterior en contenedores, así como los que murieron, para que se les haga una necropsia. Con ellos en la URA y sus expedientes médicos, este carismático conductor continúa su camino hasta el CAVR. 

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Ten cuidado de que lo traes en tu bolso luego de las vacaciones 

No solo la policía participa en el decomiso de fauna, el CAVR pasó de ser un espacio en el que solo se recibían los animales a salir también al rescate de ellos; es un centro en movimiento, que tiene una fuerte relación con el territorio metropolitano. Los ciudadanos acompañan la vigilancia por la conservación de la fauna silvestre de la región, y mediante sus dudas, denuncias y alertas fortalecen el trabajo profesional de este equipo, que desde muy temprano hasta altas horas de la noche, sigue dando lo mejor de sí por salvaguardar la vida de los animales que cohabitan con nosotros esta metrópoli. 

Una vez los conductores llegan al CAVR, la bióloga Laura Catalina Suárez Escudero, que suma más de 7 años en el centro, recibe los animales, les abre a cada uno su historia clínica, les asigna un número consecutivo y los traslada a distintas zonas según su caso para ser atendidos por el equipo veterinario. 

El 80% de los animales atendidos son por emergencias, es decir, con el paso del tiempo ha disminuido el ingreso de fauna por tráfico, pero como en nuestro territorio cohabitamos con diferentes especies que se entremezclan con la nuestra vida citadina, se presentan choques de aves con infraestructuras, atropellos, entre otros, y son los ciudadanos quienes llaman a reportar los casos para que sean atendidos. “Las personas son más sensibles, ya la zarigüeya no la ven como una rata sino que cuando las ven atropelladas, maltratadas, heridas… llaman al Área Metropolitana del Valle de Aburrá y nosotros las atendemos”, agrega el supervisor Gómez. 

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La bióloga Suárez ha visto llegar a nuestro territorio fauna acuática por el descuido de la ciudadanía a la hora de dejar sus bolsos abiertos en la playa, por ejemplo; o fauna que se inserta en camiones sin que sus dueños se enteren, lo que después se convierte en un reto para su atención y posterior liberación. 

“Ahí es donde vienen las frustraciones, muchas veces hasta los cangrejos se vienen en las maletas de la gente que va a la playa, pues  dejan la mochila abierta y ellos se meten. Y para nosotros acá es muy complicado primero por taxonomía, porque por más que uno sea biólogo no quiere decir que uno sepa sobre toda la taxonomía, es decir sobre toda la identificación de la especie, así que me apoyo en otros biólogos que conozco o busco artículos para saber quién escribió sobre tal especie… Es bueno que cuando la gente se vaya a pasear se fije muy bien en las mochilas y en los bolsos”, explica la profesional Suárez. 

Cuando llega fauna acuática al CAVR se busca hacer en alianza con otras instituciones como el Parque Explora, que tengan experticia en este tipo de animales para ofrecerles una adecuada atención; aunque, esto implique un arduo trabajo logístico para llevar de una zona montañosa como la nuestra a otra que le ofrezca las condiciones adecuadas para vivir. 

“Esos logritos, así sean pequeños, son satisfactorios. Tuve el caso de un tiburón nodriza, que un señor tenía en cautiverio en una pecera porque se lo habían dado desde chiquito y creció y creció, y no era capaz de moverse, no podía dar el giro, solamente se movía hacia adelante y hacia atrás, era una hembra. Como no había dónde tenerla, se quedó un tiempo más en la casa del ciudadano mientras yo gestionaba quién me lo recibía en Colombia; en el país solo hay cinco acuarios. Y fue en el acuario de El Rodadero en Santa Marta donde lo recibieron. Para llevarlo tuvieron que hacer un viaje de 22 horas por carretera en el que debían también cambiar el agua donde estaba el tiburón. Fue muy gratificante poder hacer lo que más se pudo y poderlo llevar a Santa Marta”, describe Suárez, quién lamenta que se presenten este tipo de casos por el capricho de ciudadanos de tener especies “raras” como mascotas a las que terminan haciéndoles daño. 

No es solo el animal en sí, es la conservación de todo el ecosistema 

Esos inicios que relataba el operario William de Jesús Muñoz, también los recuerda Jhon Alexander Isaza Agudelo, quien, con nueve años, es el médico veterinario que más tiempo lleva en el CAVR. Mientras estudiaba en la universidad tuvo la oportunidad, a sus 23 años, de hacer un voluntariado en ese Centro que apenas iba cogiendo forma. Dice que era un tercio de lo que es hoy. “Las jaulas eran limitadas en cuanto cantidad y tamaño. Nosotros participábamos, pero no con mucha regularidad, una o dos veces por semana veníamos en la tarde, o un fin de semana apoyábamos las labores”, describe este médico veterinario, uno de los siete con los que cuenta actualmente este Centro. 

Además de la transformación física, el veterinario Isaza destaca la transformación clínica, fundamental para definir el tipo de tratamiento que debe recibir cada individuo. El centro cuenta con una bacterióloga y un microbiólogo, que han logrado fortalecer los diagnósticos de parásitos y/o patógenos de los animales evitando contagios. Ellos hacen exámenes coprológicos, hemogramas y de química sanguínea, y hasta han logrado hacer PCR, que son pruebas moleculares que permiten obtener más información, dándoles un panorama más amplio sobre las necesidades de cada paciente. 

Estos avances en diagnóstico evolucionan a la par de la medicina veterinaria para fauna silvestre en el mundo, pues es un campo que avanza lentamente. “Hace 20 años para la parte de diagnóstico teníamos un microscopio, pero no un microbiólogo, entonces el veterinario solo lograba identificar para lo que estaba entrenado a identificar sin tener conocimiento pleno sobre esa parte microbiológica y de diagnóstico. Antes era una medicina preventiva, de conservación y de tratamientos previos a la identificación de patógenos. Se daban como ‘escopetazos’, es decir tratamientos de amplio espectro, poco específicos, ahora contamos con un laboratorio clínico, y tratamos los parásitos específicos, y así disminuimos el desarrollo a la resistencia a especies bacterianas”, agrega Isaza. 

Como vemos, la atención a la fauna silvestre por tráfico y cautiverio no solo consiste en rescatarlos y liberarlos, es un proceso arduo y complejo en el que, según los casos, pasan años, otros, nunca logran volver a su hábitat y algunos  tienen que ser eutanasiados porque sus enfermedades pueden afectar a otros individuos, o porque no se encuentra un lugar adecuado para su reubicación. Por eso, también existe un proceso que consiste en que el animal recobre sus habilidades naturales para sobrevivir en su medio sin ayuda humana, pues al pasar tanto tiempo en una casa, con alimentación y tratos específicos, se hacen dependientes de los humanos. 


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Según relata el veterinario Isaza, los controles en las liberaciones han venido en aumento en los últimos años también porque en algún momento se notó que en algunas zonas se estaban generando saturaciones en los ecosistemas, problemas sanitarios y disputas por territorio entre los animales.   

“La premisa de cualquier proceso deliberación es que si ese individuo salió del medio y va a retornar, el beneficio que debe otorgar al ecosistema debe ser mucho mayor al riesgo que se corre al introducirlo, entonces si yo tengo una población que quiero introducir en un parche de bosque donde vive una familia de Titís que está sana, que está en su entorno ideal, y decido introducir animales que crecieron en cautiverio que no poseen las mismas habilidades que los que han estado siempre en su hábitat, pueden provocar un desbalance en la zona, o si poseen algún parásito se pueden terminar muriendo los que entran y afectar a los que habían, o se pueden agredir entre sí por defender el territorio o a sus crías.. En estos procesos el foco está en la conservación”, enfatiza Isaza. 

Aquí viene otro punto importante, y es el enfoque hacia Una sola salud, más conocido en ámbito internacional como One Health, el cual, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se busca “prevenir, detectar y responder eficazmente a los desafíos de salud que surgen del relacionamiento entre humanos, animales y medio ambiente”. Así es como, aplicado a este proceso de atención a la fauna silvestre se busca, además de procurar la atención oportuna e integral a los animales, un bienestar colectivo a gran escala en el territorio metropolitano y otras zonas del país. 

“El trabajo serio del asunto es pensar en la conservación del ecosistema, de eso se trata este concepto, en todos los aspectos, es un solo planeta, es una sola salud, la salud no solo de las poblaciones humanas... Es a eso a lo que se le apunta con la evolución de este tipo de centros, nosotros estamos en pro de que los ecosistemas sigan saludables dejando de introducir individuos que sean un riesgo para las poblaciones humanas y para las poblaciones de animales. Además, para que la fauna silvestre esté sana es necesario que también lo esté el ecosistema y para ello se debe trabajar en todos los niveles, lo que incluye la parte sociocultural de esas zonas”, señala el veterinario Isaza. 

Volver a aprender a comer  

En la cocina del CAVR donde se manipulan, pican y procesan los alimentos para distribuirlos a cada especie, según sus necesidades, trabajan dos auxiliares técnicos en manipulación de alimentos. Según explica el supervisor, en el mercado mensual se invierten alrededor de $34 millones para alimentación. La dieta es recetada por dos zootecnistas, los auxiliares se encargan de preparar o separar los alimentos, según esas instrucciones, y los operarios hacen la distribución a las horas estipuladas. 

Jhonny Ortegón, zootecnista, lleva 15 años en el CAVR, inició como practicante, y ha visto cómo este proceso de formulación de dietas se ha ido fortaleciendo y mejorando con el tiempo. Explica que: “Formular las dietas es balancear la proteína, los carbohidratos, la fibra y determinar la cantidad. Ese fue como el proceso al principio. Hacerlas era complicado porque en la parte de zootecnia sí nos enseñan balances de dietas, pero es muy enfocado a animales domésticos, entonces uno tiene que transpolar la información de estos animales a fauna silvestre. En ese tiempo había que buscar la información que había, mirar las experiencias de otros CAV, pero ya actualmente contamos con las dietas formuladas para todos los animales”, describe Ortegón. 

Pero, el proceso de las dietas no termina con esa formulación general, sino que en muchos casos hay que reformularlas y hacer procesos de tránsito de una dieta a otra. Este profesional explica que, aunque un individuo sea de una misma especie puede tener comportamientos totalmente diferentes a otros según el lugar del que provengan, por ejemplo, una lora que haya estado en cautiverio en una casa se puede comportar diferente a otra que haya estado libre, pero que llegó al Centro porque tuvo una lesión, pues la primera puedo haber estado expuesta a alimentos que no son aptos para su especie y la segunda siempre ha estado en contacto con su medio así que su dieta es natural. Aquí es cuando la alimentación empieza a ser fundamental en su proceso de rehabilitación. 

“Hay loras que vienen de ser alimentadas por muchos años con alimentos que no son para ellas como con aguapanela, arepa, chocolate, panes, entonces cuando llegan aquí no reciben lo que les damos porque no reconocen qué es una fruta, qué es una semilla. Entonces lo que se hace con ellos es una transición de dieta hasta que se acostumbren a la nueva alimentación, pero eso es un proceso muy largo de rehabilitación. Otras veces nos damos cuenta es porque uno les pone el alimento y pasan varios días sin comer. Esta parte de la alimentación es fundamental porque cuando los animales vuelvan a su estado silvestre, ellos deben reconocer el tipo de alimento, tienen que buscar sus nutrientes y tienen que conocer dónde están y qué tipo de alimentos deben consumir; y si uno no hace esa transición de dieta, si se liberan, lo primero que van a buscar es a la gente, y por eso hay que enseñarles a buscar alimentos que encuentren en su medio natural”, enfatiza Ortegón. 

Además de la adecuada formulación de la dieta, es indispensable que los alimentos sean de buena calidad porque si no la nutrición no tendría el balance esperado y podría estar en riesgo la salud  de los animales si estos fueran alimentos insalubres. 

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Un lugar para crecer 

Hemos visto a lo largo de este recorrido que el crecimiento del CAVR desde su inicios ha tenido transformaciones no solo en las instalaciones físicas, sino también en el diagnóstico clínico, en la atención a emergencias, en las alianzas institucionales para procurar una liberación adecuada de los animales, pero sobre todo ha sido una escuela para muchos y una oportunidad de poner en práctica sus conocimientos para otros. Actualmente, este centro alberga 12 estudiantes de diferentes universidades y lugares del país que adelantan sus prácticas; por otro lado, al ser la Universidad CES un centro académico y operador de este centro del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, también se presta para que muchos estudiantes de distintas carreras, a través de sus trabajos de grado, reflexionen sobre diferentes problemáticas y retos asociados a todo lo que allí se hace. 

Por ejemplo, hasta la llegada Yeny Patricia Saldarriaga, más conocida por sus compañeros como La Mona, quien lleva más de 14 años en el centro, ninguno de los veterinarios con los que contaba el CAVR había tenido auxiliar, y fue ella la primera en desempeñar este rol con total destreza, no solo por los conocimientos que ha venido fortaleciendo con cursos y tecnologías en el SENA  y con su técnica en Auxiliar Veterinaria, sino también por su pasión y por su experiencia como operaria durante siete años. 

“La verdad es que yo desde que soy pequeña pues me he entendido con animales, desde que tengo conocimiento lo mío son ellos, definitivamente. Yo soy de la ciudad, y eso es muy raro que me guste el campo y los animales porque yo fui criada en este contexto, pero de igual manera desde que yo tengo conocimiento he tenido animales en mi casa. Yo le volvía la casa un zoológico a mí mamá”, relata entre risas Saldarriaga. 

Y aunque comenta que no pudo realizar sus estudios como médico veterinaria, ha sido muy apasionante todo lo que ha vivido gracias a las oportunidades que ella misma se ha ido abriendo con el paso de los años con su trabajo. Las primeras veces que trabajó en el CAVR fue cuando estuvo culminando una certificación como operaria, y tuvo la oportunidad de reemplazar a todos los operarios de todas las zonas del Centro mientras estaban de vacaciones, fue así como adquirió un conocimiento muy amplio del manejo de la fauna y sus necesidades. 

“Después, cuando alguien renunció aquí, y como ya conocían mi trabajo, me llamaron... Después, opté por hacer una técnica en Auxiliar Veterinaria, que me ha servido mucho y me ha permitido ascender y ganar mejor; y, además, pasé de ser operaria a estar en la parte clínica, y ahora estoy al pie de los médicos, ahora puedo ver todo con mayor profundidad, y no solo fue un avance para mí sino también para la Institución porque los médicos no tenían auxiliares, y como cada uno de los siete médicos veterinarios con los que contamos actualmente atienden diferentes necesidades, hay algunos que requieren un manejo especial de algunos animales, y es ahí donde yo los apoyo”, relata Saldarriaga. 

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Por otro lado, están estudiantes como Camila Andrea Silva Guevara, residente veterinaria en el CAVR, que llegó desde la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, e hizo allí sus prácticas profesionales. A sus 24 años busca fortalecer sus conocimientos en la atención clínica de fauna silvestre, y, aunque le gustaría desempeñarse como profesional en un centro como este, quiere fortalecer sus conocimientos en otros escenarios ya sea nacionales o internacionales para conocer qué otros procesos alternativos se desarrollan en este campo que puedan complementar lo que ya sabe. 

“Acá he fortalecido la parte práctica porque, aunque en la Unidad de Rescate de Animales Silvestres de la UNAL también tuve experiencia, aquí se maneja un volumen mayor al que apoyaba antes, pero también todo lo que se necesita está a la mano. Además, he podido aprender de todas las personas que hacen parte de este equipo, como lo que hacen desde el laboratorio, la toma de muestras, la revisión de resultados; cómo manejar un animal; los consejos de cada uno, entonces es como un conjunto de cosas que uno se lleva. Pero, también creo que es muy valioso cuidar de la salud mental, creo que es algo que falta, porque uno intenta darlo todo por los animales, pero es muy duro porque aquí se ven casos demasiado tristes de tráfico, tenencia ilegal, maltrato animal o de animales que ya vienen muy mal, o que por alguna u otra razón hay que eutanasiarlos, y aunque uno lo entienda es difícil apropiarse de eso, entonces sí ha sido duro, pero es como en general en medicina veterinaria, por eso me parece importante tener en cuenta eso”, enfatiza Silva. ​

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Actualmente en el CAVR se adelanta la construcción de una nueva la zona de cuarentena, en la que ha invertido $15 mil millones, que comprende un área de 2.600 m2, que contará con 600 cubiles donde los animales que ingresen  se les realizará el triage y observación para analizar sus condiciones sanitarias y determinar su tratamiento, además, este espacio busca promoverse como un espacio de rehabilitación del Tití Cabeciblanco (Saguinus oedipus), una de las especies de primates más emblemáticas del país que ha sido fuertemente amenazada por el tráfico de fauna, así como por la degradación de sus ecosistemas, llevándola a la categoría de amenaza En Peligro Crítico de Extinción (CR) según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) por sus siglas en ingles.  

“Estamos invirtiendo cada vez más porque vemos que la presión antrópica, es decir acciones  humanas, impactan con más frecuencia el desplazamiento de la fauna silvestre, la correlación inter e intra es cada vez más dura en los territorios urbanos, y claro, ellos buscan dónde vivir, pero también deben tener quién los asista ante un evento antrópico, hacia eso es a lo que le estamos apuntando. Así como a las estrategias de conservación de fauna silvestre con procesos como los Ecologizadores Metropolitanos, la red de rastreo y monitoreo de fauna silvestre en la que estamos trabajando, el tema de la conservación e identificación de los humedales, el tema del CAVR, el tema de Parches Verdes, el de Espacios Públicos Verdes, entre otros proyectos que adelantamos desde la Entidad, estamos buscando es eso, la articulación de todos los proyectos, que no sea por allá flora y por acá fauna, sino cómo se articulan entre sí”, concluye el supervisor Gómez. 

Durante estos últimos cuatro años de gestión se han ingresado al CAVR 28.736 animales, y se han liberado 10.369, luego de un exitoso proceso de atención, valoración, rehabilitación y liberación a su medio natural. El rescate de estos animales se ha logrado por el trabajo articulado entre el Área Metropolitana con diferentes autoridades ambientales de la región, la Policía Nacional de Colombia, el Ejército Nacional, la academia y los medios de comunicación. Por eso, junto a profesionales apasionados por su labor y a una ciudadanía activa por el cuidado de la fauna silvestre es que aquí Inicia un Futuro Sostenible para la región metropolitana.  ​

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