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Colombia no es ajena al tráfico ilegal de especies en cautiverio. Dada su biodiversidad, acá llegan mercenarios de todas    partes en busca de animales exóticos que luego son vendidos en el exterior. La amenaza es sobre todo el planeta. 

El tráfico de fauna silvestre no es una actividad nueva en el mundo del crimen trasnacional, pero sus dimensiones sí son cada vez más desastrosas para el medio ambiente y la estabilidad de los ecosistemas, dado que las especies y la flora misma cumplen funciones de estabilidad y regulación de los ambientes en que habitan cientos de millones de especies y plantas.

La inmensa biodiversidad que existe en vastas zonas de África, Sudáfrica, Asia, Indonesia, Australia, y buena parte del continente americano, ha convertido el tráfico de especies en fauna y flora el tercer negocio ilegal más lucrativo de la historia, después del tráfico de drogas y la venta ilegal de armas. Y lo que es peor, las redes criminales hacen parte, en la mayoría de casos, de las tres actividades de crimen trasnacional o, por lo menos, están conectadas entre sí y todas se lucran del comercio ilegal de tales insumos.

Los efectos sobre los ecosistemas no sólo representan cuantiosos daños en el hábitat de dichas especies, sino que la actividad criminal está afectando dramáticamente la supervivencia del mismo ser humano, pues la cadena natural se resquebraja y provoca enormes desequilibrios en términos de la temperatura de los sistemas, la deforestación de los bosques y la utilización de mecanismos altamente contaminantes al medio ambiente.

La Convención Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre comenzó a hacer visible el problema del tráfico de especies desde 1973, cuando 123 países ratificaron los acuerdos para proteger las especies amenazadas. 

No obstante, desde entonces y hasta hoy, las medidas aplicadas han resultado insuficientes y los castigos siguen siendo muy bajos en comparación a los daños causados.

Tras el tráfico de armas y drogas, el comercio ilegal de animales ocupa un lugar atractivo y rentable. Según Naciones Unidas, por este ejercicio se mueven unos 10 mil millones de dólares al año, pero otros informes igualmente serios estiman que las cifras son mucho mayores y las cuantifican en 20 mil millones de dólares, es decir, 20 veces el presupuesto de inversiones que los Emiratos Árabes Unidos piensan realizar en Colombia en temas afines a la minería.

Sólo en Sudamérica el tráfico de fauna mueve al año unos mil millones de dólares. Los principales destinos son Europa, Estados Unidos y Japón. Prefieren monos, víboras, tortugas, iguanas, yacarés y aves, fundamentalmente loros. Los loros se venden vivos; suerte y privilegio que acarrean en el plumaje. A las iguanas, sin embargo, se les mata y extrae el cuero, codiciado por el ávido mercado internacional de zapatos y carteras.

Entre las muchas especies que padecen el acuciante peligro de la extinción se encuentran, básicamente, aves, primates y otros mamíferos. La caza, la captura y la introducción de especies no autóctonas son la fuente indiscutible de riesgo.

El tráfico de marfil de elefante, el cuerno de rinoceronte y el tigre de África y Asia suroriental producen 75 millones de dólares en ganancias criminales cada año.

Los grupos de delincuencia organizada también muestran interés por plantas y animales vivos exóticos, llegando a amenazar su propia existencia para satisfacer la demanda de coleccionistas o consumidores inconscientes. Los efectos más evidentes de este comercio se reflejan en la diversidad biológica mundial.

Según WWF, el crimen organizado transnacional traslada ilegalmente más de 100 millones de toneladas de peces, 1.5 millones de aves vivas y 440.000 toneladas de plantas medicinales al año, sobre todo para la medicina tradicional china.


Otros datos alarmantes incluyen el desplome del número de elefantes africanos, de 1.2 millones en los años 70 a menos de 500.000 en la actualidad. La población de tigres en la India, históricamente hogar de más de la mitad de población de tigres mundial, se ha reducido a la mitad, de 3.642 en 2002 a 1.411 en 2008; y el 90 por ciento de la población de rinocerontes global ha sido arrasada por el tráfico, dejando sólo 29.000 en la actualidad.

Brasil, dada su condición de ser el país más rico en biodiversidad, arrastra en el tráfico de especies uno de sus mayores daños a los ecosistemas. El número de víctimas del contrabando se estima en 12 millones de ejemplares, siendo el país más explotado, lo que representa el 20 por ciento del total de animales con los que se trafica. Existen en ese país no menos de 208 especies en peligro de extinción por el tráfico ilegal. Cada año se capturan más de 38 millones de ejemplares y el 90 por ciento muere en los procesos de caza y transporte ilegal.

De cada 10 ejemplares que se usa para tráfico ilegal, ocho mueren en el proceso de captura, movilización y venta final.

El arare azul de lear, ave exótica de Brasil, por ejemplo, puede alcanzar un precio de hasta 60 mil dólares en el mercado internacional ilegal. Un tucán, por su parte, se cotiza en siete mil dólares en Estados Unidos. No obstante el tamaño del lucro ilegal y el daño ambiental, en ese país las leyes son laxas o no se aplican.  Si algún individuo es detenido por abuso o tráfico de alguna especie valiosa, con pagar una fianza de 100 dólares queda en libertad.

En 1990, se prohibió la caza del elefante en todo el continente africano. Sin embargo, cada año se sacrifican 70 mil ejemplares para un comercio que ronda las mil toneladas de marfil. Lo mismo ocurre con los rinocerontes blanco y negro, cuyos cuernos se consideran afrodisíacos; con la desaparición del animal, se presume, se evaporará la ilusión de virilidad de muchos representantes masculinos del Viejo Mundo.

Todo vale en el gran antro del tráfico internacional de animales. Los traficantes lo mismo falsifican documentos oficiales, que sobornan, evaden impuestos o hacen declaraciones aduaneras fraudulentas. Es muestra clara del crimen organizado y permitido contra la naturaleza y la vida.

Como ocurre con cualquier fenómeno social, político o natural del sistema internacional de distribución y propiedad, los países exportadores son los del Tercer Mundo. Poseen una riqueza natural carente en el hemisferio norte, pero de igual manera, la venden o intercambian por un puñado de monedas.

América Latina y África son los continentes por excelencia, los más devastados y agredidos. América del Norte, Europa y ciertas regiones asiáticas, compran a diestra y siniestra para alegrar los hogares con colores, cantos y piruetas foráneas que no les pertenecen. Los circos y los zoos son grandes clientes.

Por desgracia, el negocio ilegítimo requiere de silencio absoluto, incluso para los animales. Esa situación favorece el exterminio de muchos ejemplares que nunca llegarán con vida a las lejanas tierras a que se les transporta desafiando el criterio del hábitat natural. Viajan en cajas con compartimentos estrechos donde les llegan la muerte por asfixia. Las condiciones de carga son aterradoras, escondidos para no ser descubiertos, muchas veces no pueden ni respirar. El tráfico prospera ante tanta tolerancia social y sigue la lógica implacable de las ganancias. Las especies más escasas obtienen los mejores precios y son, por tanto, las más cazadas, acentuándose el riesgo de su extinción.

Para casi nadie adquirir hermosos plumíferos o primates u otros mamíferos salvajes, extraídos de su tradicional hábitat, es un verdadero delito. El contrabando goza en la actualidad de gran impunidad, la necesaria para seguir ramificando y desarrollando tan ventajoso mercado.

Las estructuras a nivel internacional se consideran complejas, a la par de cualquier otra red de delincuencia organizada a gran escala. En Colombia, se tienen informes aislados al respecto, aunque no siempre existe acuerdo sobre las estructuras criminales ni su alcance.

Se sostiene que, aunque tan sólo sobreviva un treinta por ciento de los animales, el contrabando, si prospera, resultará exitoso. Ese es el margen de rentabilidad asegurada.

Hay en el mundo más de 13.000 especies conocidas de mamíferos y aves, así como miles de reptiles, anfibios y peces, millones de invertebrados. El comercio internacional no regulado de especies es responsable de una considerable disminución del número de muchas de ellas.

A escala mundial se estima que unos 30.000 primates, de 2 a 5 millones de aves, 2 a 3 millones de reptiles y entre 500 y 6.000 millones de peces ornamentales se comercian anualmente para atender la demanda de animales vivos para mascotas en hogares, zoológicos y para laboratorios, estimativos que no incluyen los individuos que mueren antes de salir al tráfico internacional.

Al decir de algunas organizaciones, el comercio ilegal de especies se apoya en el desconocimiento que tiene la mayoría de las personas sobre las especies que está permitido vender y las que no lo están. Haciéndose énfasis en la necesidad de informarse sobre la legislación.

La cadena de tráfico es larga y los consumidores finales, sean éstos demandantes de grandes o pequeños volúmenes, son los elementos determinantes en que el problema continúe, a veces por modas o gustos superfluos.

Por lo general, se cree que el único responsable del comercio ilegal de fauna es el traficante, pero desde los cazadores hasta el público consumidor participan de estos hechos ilícitos por falta de conciencia, de información o de una conducta más solidaria o ética.

Los destinos de estas especies en peligro de extinción son amplios, pero los grandes mercados de fauna silvestre se encuentran en un 80 por ciento en Asia, especialmente en China. Algunas especies son características de la cocina local, o muy valoradas en la medicina tradicional, mientras que otras son muy apreciadas por su valor decorativo y llegan a ser considerados como símbolos de estatus.

Las especies amenazadas están disponibles igualmente en muchos restaurantes de especialidades. Si bien son pocos los que venden abiertamente estas especies en peligro, a menudo pueden ser adquiridas en las transacciones de trastienda, pues aquellos con acceso a las redes de fauna legalmente sacrificada, pueden también acceder a los productos prohibidos con relativa facilidad.

Hay que destacar que se han hecho intentos regulados de criar algunas de estas especies cotizadas en cautividad con el fin de satisfacer la demanda comercial a modo de “granja”, pero esto no reduce necesariamente la demanda de animales salvajes.

De hecho, la disponibilidad legal de estos animales puede aumentar la demanda más allá de lo que puede abastecer el mercado lícito. Las granjas están necesariamente obligadas a mantener ciertos estándares de calidad, y estas restricciones limitan el número de animales que pueden criar y aumentan los costos. Si la demanda supera la oferta, incluso los productores legales pueden sentirse obligados a comprar animales salvajes para seguir siendo competitivos, produciéndose así una “lava” de animales.

En 2005, Traffic Europa estimó que el comercio legal total de vida silvestre (sin incluir peces, madera y otras plantas), era de 22.800 millones de dólares. Sabiendo que el comercio ilegal se estima en alrededor de un tercio del comercio legal, hay que tasarlo entre los 7.6 y 8.3 mil millones de dólares. 

Una vez entendido el por qué de la demanda de la fauna silvestre, es necesario entender cómo operan las rutas del tráfico.

El primer paso en la cadena de la trata es la caza furtiva. Hay que conocer que no todos los cazadores furtivos en el mercado son profesionales a tiempo completo, pues algunos pueden ser participantes informales. 

La caza sigue siendo una forma de sustento para las comunidades, tanto en África como en Asia, y la caza por encargo puede representar una de las pocas oportunidades de ingresos en las familias centradas en la subsistencia.

Igualmente, grupos rebeldes como el National Democratic Alliance Army (NDAA) en Myanmar, localizados en las fronteras entre países, suelen tener tendencia a practicar este tipo de negocios. Por otro lado, la concentración de especies en peligro de extinción en los parques o reservas naturales –algunos tan conocidos como el Kruger en Sudáfrica, o el Serengeti en Kenia– pueden hacer el trabajo de los cazadores furtivos profesionales aún más fácil, pues si bien cuentan con pocas medidas de vigilancia, bien con guardas corruptos, pueden asegurarse el acceso a un flujo constante de animales saludables y en buenas condiciones.

El segundo paso, una vez cazado y sacrificado el animal, es desmenuzarlo en diversas partes, o bien conservar su estructura, para así transportarlo para su posterior procesamiento. 

Otras especies se capturan y se trafican vivas con el objetivo de ser utilizadas como mascotas, alimentos o medicamentos, aunque muchos animales mueren en el viaje.

Finalmente, el transporte varía, dependiendo de la fuente y el destino.

Es hora de actuar contra esta cadena de crimen transnacional de tráfico de fauna y flora.