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El Valle de Aburrá no tiene comparación ni en Colombia ni en el Continente respecto de su estructura geográfica. Habitamos el valle más estrecho del país, con condiciones de montaña complejos y factores metereológicos de humedad, lluviosidad, temperatura, velocidad y dirección del viento, estabilidad atmosférica, que hacen más difícil la evacuación de los contaminantes en este territorio metropolitano.

El compromiso ético y de transparencia con el ejercicio de lo público le ha permitido a la entidad reconocer los problemas del territorio, hacerlos visibles ante los ciudadanos y buscar entre todos las soluciones.

En el Valle de Aburrá, con el liderazgo de la Junta Metropolitana, y en un diálogo abierto y concertado con el Gobierno nacional, los gremios, la academia, los colectivos ambientales y la ciudadanía, el Área sigue trabajando unida en la definición y puesta en marcha de una batería de medidas de corto, mediano y largo plazo, que permitan revertir la difícil situación ambiental que padecemos desde hace décadas, pero que urge resolver lo más pronto posible, pues está en juego nuestra supervivencia colectiva.

Ese diálogo permanente ha sido insumo central dentro de nuestro Plan Integral de Gestión de la Calidad del Aire del Valle de Aburrá (PIGECA), dentro del cual se logró establecer un Protocolo Operativo para Episodios por Contaminación Atmosférica (POECA), que con el Pacto por la Calidad del Aire que lideró el Alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, se convirtieron en el trípode ideal por la sostenibilidad ambiental del Valle de Aburrá y en instrumentos centrales de una nueva Gobernanza por el aire, no sólo para este territorio, sino para Colombia y para el mundo, porque así lo reconoce la comunidad internacional.

Así las cosas, este Valle de Aburrá encontró la ruta hacia una sostenibilidad ambiental, económica y social en la que el PIGECA, el POECA y el Pacto por la Calidad del Aire, son la dieta del territorio en el corto, mediano y largo plazo.

Haber identificado el macroproblema del territorio en el bajo nivel de articulación que existía entre lo público y lo privado, la academia, los gremios y la ciudadanía, fue fundamental para sistematizar las soluciones a muchas de los retos que enfrentamos como una gran conurbación donde habitan más de cuatro millones de habitantes en poco más de 1.360 kilómetros cuadrados.

El tema de la calidad del aire ha sido uno de esos gigantescos retos, pero convertido en oportunidades.

El modelo sistémico desarrollado se convirtió en Política Pública Territorial, como resultado de entender que el problema por la contaminación atmosférica se agrava si se aborda desde una posición individual o desarticulada con el resto de actores y, por eso, los verbos de la acción han sido dialogar y articular los territorios.

Ese modelo sistémico se construyó de forma colectiva y con amplia participación intersectorial. No sólo desde el ámbito local, sino regional, nacional e internacional, pues dentro del Plan de Gestión Territorios Integrados que aprobó la Junta Metropolitana en 2016, se tomaron los lineamientos emanados de la Cumbre de París sobre Cambio Climático (COP21, 22 y 23), así como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, la encíclica del Papa Francisco “Laudato Sí”, y la Nueva Agenda Urbana (Hábitat III), acordada en Quito, Ecuador, en octubre de 2016.

Ese modelo sistémico incorpora el Plan Integral de Gestión de Calidad del Aire (PIGECA), un instrumento moderno y de reconocimiento internacional, un Protocolo Operativo para Enfrentar Episodios por Contaminación Atmosférica (POECA), que no fue diseñado para enfrentar las contingencias, sino para prevenirlas, pues hay capacidad de pronóstico con rigor técnico, gracias a un Sistema de Alerta Temprana (SIATA),​ considerado el más moderno de América Latina y disponible a los ciudadanos las 24 horas del día, los siete días de la semana. Y un Pacto por la Calidad del Aire que se convirtió en un acuerdo de sociedad y debe permanecer en el tiempo.

Esos instrumentos no sólo permitieron asegurar que el Valle de Aburrá no sólo no es el territorio más contaminado de Colombia, pero sí el que mejor mide la calidad del aire.