El último recuerdo que tengo montada en una bicicleta incluye un accidente que provoqué y en el que estuvieron involucrados siete ciclistas desprevenidos. Fue hace siete u ocho años en una ciclovía nocturna, donde un buen amigo quiso enseñarme a montar y claramente fracasó. Recuerdo la cara de reprobación de los afectados, entre ellos un niño de unos ocho años, a quien hice caer. Fue cuando tomé la decisión de alejarme definitivamente de la bicicleta. 

Decisión que replanteé hace unos días, cuando supe sobre la Biciescuela de EnCicla, ahí decidí intentarlo de nuevo.

Aquel domingo me desperté nerviosa, enfrentar un miedo acumulado por años no es fácil, me alisté y me fui en Metro hasta la estación Estadio, desde donde caminé hacia la carrera 70 con calle Colombia, lugar donde se instala la Biciescuela todos los domingos de Ciclovía.

En el camino pensaba en lo paradójico que resulta para una fanática del ciclismo, que cada año marca en su calendario La Vuelta a Colombia, el Giro de Italia y el Tour de Francia, el no haber nunca antes dominado un “caballito de acero” y es que quien me oiga hablar de este deporte dirá que cada ocho días subo Las Palmas pedaleando, porque si hay algo que me causa admiración es la fuerza y determinación de quien se monta en una bicicleta y se enfrenta a lo que le brinda la ruta.

En ese punto me asaltó otro temor, el absurdo miedo al qué dirán, casi volví a ver la cara de aquel niño al que hice caer años atrás, en la que se dibujaban la burla y la reprobación por algo que se considera un conocimiento infantil no dominado.

Y es que cuando no se sabe montar en bicicleta uno se siente un poco analfabeta, como si no hubiera quemado una etapa importante de la vida, como si se hubiera perdido parte de la diversión que trae la niñez. Pero una vez se crece es algo que se pospone indefinidamente, en parte por aquel dicho popular según el cual “loro viejo no aprende a hablar”. Otra razón es que muy poca gente tendrá la paciencia de acompañar y enseñar, puede ser tierno ver a un niño de ocho años con rueditas de aprendizaje, pero alguien de 30 o más se verá por lo menos gracioso.

Pero ahí estaba, y aunque recordé lo que dijo Lucho Herrera la mañana que ganó la etapa del Tour de Francia subiendo el Alpe d’Huez, lograr esto iba a estar “más bien jodido”, nada me haría desistir en mi empeño.

Al hacer el registro me sorprendió ver la cantidad de personas que había y sus edades, de hecho yo era la menor de la clase. Eso me tranquilizó y me conmovió, pues habían señoras de la edad de mi abuela con unas ganas enormes de aprender.

Me dieron un casco y pasé a la pista de aprendizaje, un lugar amplio, señalizado con conos; los primeros 15 minutos de clase se brinda una explicación de lo básico, las partes de la bicicleta: biela, pedales, piñón, cadena, manillar, freno. Esto permite comprender el mecanismo y lo que se debe hacer, por ejemplo, si es una bicicleta con cambios estos deben manipularse solo con el vehículo en movimiento, o la cadena puede salirse del piñón, este tip puede ser muy obvio para los que montan a diario, pero para mí era toda una revelación.

Mis compañeras de aventura fueron Nidya, Rubiela y Amparo, unas señoras muy queridas que junto a Elkin, el instructor, llenaron de calidez el momento. Dentro de ese espacio no hay burlas y nadie te juzga por no saber, te animan y si te caes acuden a ayudarte. Todos entienden que da miedo, pero eso ya no nos supera. Empezamos con ejercicios sencillos hasta que se viene lo complejo: el pedaleo. 

Después de un par de caídas y claramente muchas carcajadas, por fin logré dominar la bicicleta, mantener el equilibrio y pedalear fluidamente, el gran reto era girar sin perder el control. ¿Les han dicho alguna vez que todo es mental? Bueno, sobre una bicicleta eso es completamente cierto, se requiere concentración en el camino para tomar las mejores decisiones en el tiempo oportuno. 

Lo de dar la vuelta sin que se me fuera la bicicleta para un lado tomó tiempo, clase y media para ser exactos, pero pude hacerlo, sentí tanto orgullo como si hubiera coronado el Monte Zoncolan en una etapa del Giro de Italia, un poco exagerado tal vez, pero hasta Eddy Merckx considerado el mejor ciclista de todos los tiempos, empezó justo como yo, aunque él vivía en Bruselas y ganó cinco veces el Giro, cinco el Tour y una vez la Vuelta a España. Detalles menores.

Después de todo esto, la conclusión es que lo único que se antepone a lograr metas, grandes o pequeñas, es la pereza o el miedo, pero al otro lado está la satisfacción.

Hoy soy usuaria activada de EnCicla, aún no activa, pero sé que pronto iré de la casa al trabajo y viceversa en bicicleta y hasta estoy pensando, ahora sí, en subir Las Palmas o el Monte Ventoux una mañana cualquiera de domingo.

​Por: Tatiana Cárdenas Arciniegas @Periodistica