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  • ​Para Viviana Tobón, subdirectora de Movilidad del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, el balance de esta gestión es muy satisfactorio. Solo en movilidad activa se invirtieron cerca de 120.000 millones de pesos en estos cuatro años, lo que representa un hito para el territorio.
Viviana Tobón, subdirectora de Movilidad del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, está convencida de que para poder honrar esa pirámide invertida, donde el peatón y el ciclista están primero, hay que equilibrar la balanza en los modos de transporte. Además, de que una lección muy importante de estos cuatro años de administración es que es fundamental acompañar los proyectos con una transformación pedagógica para los habitantes del territorio. 

¿Cuál es el balance de lo hecho en ciclocaminabilidad durante esta administración? 


Creo que el balance es mucho trabajo durante estos casi cuatro años de gestión. Es muy positivo y deja muchos aprendizajes. Positivo porque hemos hecho unas obras transformadoras y el alcance que tendrán los proyectos que esperamos dejar serán muy importantes para la promoción de los modos de movilidad activa, para el peatón y la bicicleta. Quedan muchos aprendizajes en el sentido de la importancia de que estos proyectos estén acompañados de un trabajo fuerte de pedagogía y de gestión social, porque parte del desafío que nos hemos encontrado es la dificultad que tiene, a veces, la ciudadanía de entender por qué se dan estas transformaciones. Y eso que estamos en la coyuntura ambiental, donde la gente sabe más de los problemas de la calidad del aire. Pero el reto es cómo hacer con ellos el clic entre ver cómo es la infraestructura de los proyectos que estamos construyendo y la forma en que promovemos los viajes a bicicleta y a pie. 

Usted se refiere a lo errado que es el concepto que se tiene de lo que es una ciudad moderna. ¿Cómo debe ser esa nueva urbe? ​


Esa es una herencia que tenemos del modelo de desarrollo urbano de las ciudades norteamericanas del Siglo XX. Esas ciudades se desarrollaron para que el vehículo fuera el eje central de la movilidad. Eso de alguna manera funcionó durante el Siglo XX en las ciudades de Estados Unidos, un país que tenía posibilidades de construir ciudades expandidas, con muy pocos límites de crecimiento debido a la disponibilidad de espacio. A finales de ese siglo es un modelo que empezó a entrar en crisis, porque se empieza a entender que ese modelo de desarrollo genera externalidades negativas como el deterioro de la calidad del aire y la congestión. Todos quieren seguir llegando a la casa en 15 minutos como años atrás y eso es imposible. Con la crisis de ese concepto se da lugar al de movilidad sostenible, que nace a comienzos del Siglo XXI con el fin de contrarrestar los efectos nocivos que tiene el modelo de movilidad basado en el vehículo particular: contaminación, congestión y riesgo vial. 

En ese sentido, ¿cuál es la relación de vehículos vendidos al año y vías construidas para territorios como el Valle de Aburrá? 


Nosotros tenemos una realidad y es que en nuestros países en desarrollo la movilidad motorizada es un símbolo de prosperidad económica. Y es natural que las personas progresen económicamente y se hagan a un modo de transporte. Esto hizo que en los últimos 20 años haya crecido considerablemente el parque automotor y, especialmente, en la última década para el Valle de Aburrá. Hemos tenido un crecimiento constante de cerca de 140.000 vehículos nuevos al año. Hoy están registrados en el Valle de Aburrá cerca de 1,6 millones de vehículos y con una tendencia creciente. Cuando nos vamos a la relación de motorización encontramos que ya hay casi un carro para cada tres habitantes del territorio. Y la solución de muchos para resolver el problema de la congestión es: “construyamos más infraestructura”. Pero la realidad es que hay un consenso mundial de que ampliar infraestructura no es una solución eficaz para resolver la congestión. Hay, de hecho, un fenómeno en la ingeniería de tránsito y de transporte que se llama la demanda inducida. Este es un concepto creado y comprobado en el que se dieron cuenta de que por más que ampliaban infraestructura, como vías nuevas y segundos pisos viales, se tardaba muy poco en volver a congestionarse. Si eso fuera una solución, para el caso nuestro, tendríamos que estar construyendo dos kilómetros de vías a diario. Eso nos lleva, desde la racionalidad, a hacer un cambio en el modelo de movilidad. Y ese cambio se da en la prioridad de los recursos y en el uso del espacio. Mientras la gente no tenga la forma de transitar de manera segura en bicicleta por el Valle de Aburrá, no lo va a hacer. Entonces necesitamos construir más infraestructura para la bicicleta. ¿Dónde la construimos? En el espacio que hay. Eso significa, en algunos casos, ocupar el espacio que se ha destinado al vehículo particular. Estos proyectos no son solo para las bicicletas, son para mejorar la movilidad del peatón y, sobre todo, el entorno. ¿Cómo aumentar en diversas zonas del territorio esa pirámide invertida donde el peatón es el primero seguido del ciclista? Pues dándole condiciones de seguridad, comodidad y ahorro de tiempo de viaje a los modos que queremos priorizar. Ese ahorro en el tiempo en el modo de viaje está muy relacionado con qué tan funcional es la infraestructura que construimos. A veces se construye esa cicloinfraestructura donde no estorbe. Se pone al ciclista a dar vueltas y al peatón a subir puentes eternos. Eso hace que el tiempo de viaje aumente, porque se privilegia reducir el tiempo de viaje para el vehículo particular. Lo que buscamos con la infraestructura que construimos es que también el ciclista y el peatón tengan la oportunidad de llegar más rápido a ese lugar de destino. Por eso trazamos esa infraestructura donde le garantizamos al ciclista y al peatón un recorrido directo y no los ponemos a dar vueltas. 

¿Eso va de la mano de la distribución de los recursos públicos?


Exacto. Cuando vemos la repartición modal nos damos cuenta de que no más del 30% de las personas del Valle de Aburrá se mueven en carro particular y en moto, el 28% lo hace a pie, el 1% en bicicleta y el 45% en transporte público. Cuando vemos cómo está distribuida la infraestructura nos damos cuenta de que hay un desbalance importante en el uso del espacio, pero también, además, sigue el desbalance en la destinación de los recursos. Creemos que para poder honrar esa pirámide invertida hay que equilibrar la balanza en los modos de transporte y no solo es en la bicicleta. Esta administración está haciendo una inversión histórica en cicloinfraestructura. Estamos hablando de 120.000 millones de pesos, más los proyectos viales que tienen sus componentes de cicloinfraestructura. El gran reto es, por ejemplo, cuánto vamos a destinar en los próximos años a corredores de transporte masivo. Esa es la reflexión. El transporte público nos va a garantizar la reducción de la congestión. 

¿Qué le queda al Valle de Aburrá en cuanto a movilidad activa de estos cuatro años? 


Le quedan muchas cosas positivas materializadas en infraestructura. Le queda un proyecto muy bonito de recuperación de espacio público en Envigado. Le quedará el primer proyecto de Colombia de movilidad activa integral: La Picacha. Además, 10 kilómetros de cicloinfraestructura en el norte del Aburrá. También un proyecto hermoso como La Estrella Camina, que es el primer municipio que transforma su centro para darle espacio al peatón. Y la ampliación del sistema de bicicletas públicas EnCicla a los 10 municipios del Valle de Aburrá. Hemos crecido en horarios, en préstamos, en bicicletas y estaciones. Queda una lección muy importante de que es fundamental acompañar estos proyectos con una transformación pedagógica para los habitantes del territorio.