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  • Eugenio Prieto Soto pasa revista al trabajo realizado en los últimos 4 años al frente del Área Metropolitana. Sin protagonismos, asegura que el territorio encontró los instrumentos necesarios para avanzar hacia la sostenibilidad.

El director del Área Metropolitana, Eugenio Prieto Soto, otea en el horizonte del Valle de Aburrá para visualizar cómo ha sido parte del camino que emprendió ya hace casi cuatro años al frente de una entidad gestora del desarrollo territorial. Conoce y defiende la asociatividad como la mejor hoja de ruta que hoy tienen las metrópolis para enfrentar los desafíos mundiales en la nueva agenda urbana. Esta es su visión.
 

Hace ya casi cuatro años llegó a esta entidad. ¿Cómo ha sido el camino?


Eugenio Prieto Soto: Siempre hay que otear el horizonte para saber hacia dónde vamos. Y el hacia dónde vamos tiene que ver mucho con la pregunta sobre cómo vamos a recorrer ese camino, con un antes, un durante y un después. Cuando llegamos a esta entidad a construir ese camino, lo primero fue hacernos unas preguntas: ¿cuál es el macroproblema del Área? ¿Es de Planeación? ¿Es Ambiental? ¿Es de movilidad? Muchos dijeron que era ambiental, otros que era como autoridad de transporte y algunos que era de planeación. Y después de otear mucho, llegamos a una conclusión: era de articulación de todos esos componentes, de integración de los actores del territorio.

Una conclusión que aplica no sólo para el Valle de Aburrá, sino para la región y para el país…


Así es. Pero a nosotros nos tocaba comenzar con la casa. Un territorio como Medellín, el Valle de Aburrá y Antioquia, que se ha distinguido ante Colombia y el mundo por su capacidad de resiliencia y de unir esfuerzos de actores, encontramos que para el caso nuestro no era suficiente para avanzar en la definición de un nuevo modelo de gobernanza metropolitana.

¿Gobernanza que se traduce en qué?


En no habernos quedado en la identificación del macroproblema del territorio, sino en construir juntos la solución. Superar el “bajo nivel de articulación y concertación para el desarrollo sostenible y sustentable, la equidad humana y territorial, la convivencia y la paz en el territorio metropolitano”, fue fundamental para desatar un diálogo con los sectores público y privado, la academia, los empresarios, los líderes sociales, los colectivos ambientales y la ciudadanía. La Gobernanza metropolitana tiene que estar sustentada en ese diálogo como eje central de la articulación multiactor y multinivel. De ahí que decidimos llevarla a todos los ejes misionales de la entidad, esto es, la planeación, el ambiente, la movilidad, la seguridad y la convivencia, la gestión y la cooperación, la comunicación pública y la movilización social.

¿De ahí los resultados obtenidos en el relacionamiento internacional que ha tenido el Área con organismos como la OMS, la ONU, Iclei, C40, Metrópolis, entre otras?


Pronto nos dimos cuenta de que esa Gobernanza no podía quedarse sólo en la escala local, porque los fenómenos que afectan este territorio son de escala regional, nacional e internacional y, por ende, la articulación entre actores tenía que trascender lo metropolitano. Colocamos el diálogo en el centro del proceso de construcción del modelo de Gobernanza que hoy podemos decir que le dejamos al Valle de Aburrá para que avance con seguridad en el corto, mediano y largo plazo. Era fundamental entender que más allá de fortalecer la construcción física del territorio, resultaba fundamental la construcción de confianza mutua entre todos los actores para superar juntos los desafíos, aprovechar las oportunidades, corregir las asimetrías y responder a las necesidades de los ciudadanos.

En otras palabras, un nuevo concepto de liderazgo…


Un liderazgo más colectivo. El punto de partida fue tener una Junta Metropolitana con enorme capacidad para concertar y ponerse de acuerdo, integrada y con visión compartida del desarrollo, que deliberó con altura y puso como norte objetivos comunes y no intereses personales, sin desconocer las particularidades y diferencias de cada uno de los municipios que integran el Área Metropolitana. Todo ese diálogo multisectorial permitió que la entidad, que venía siendo muy funcional y vista como una secretaría de obras, asumiera un rol a la altura de los retos de la agenda urbana mundial, convirtiéndola en una organización gestora del desarrollo sostenible. Una entidad que fuera capaz de colocarse en el centro y, desde el diálogo y la articulación de actores, lograra una acción para la transformación. De ahí que hubiéramos separado la palabra “Planeación” en su real dimensión: Plan y Acción.

Una nueva cultura de la sostenibilidad…


Efectivamente. Tenemos un gigantesco reto, y una oportunidad, de definir un nuevo modelo de ocupación del territorio. Nosotros hablamos desde el comienzo de la equidad humana y territorial como objetivos superiores para el Valle de Aburrá. Esa ruta que definimos, además, avanza hacia el hábitat efectivo y afectivo del territorio, porque el crecimiento desbordado del valle ha fragmentado los ecosistemas y, entonces, nuestra obligación es la regeneración de los mismos. Hoy existe una mayor demanda de recursos, persiste una mayor generación de residuos, más consumo de energía, menos disponibilidad de espacios públicos verdes, más contaminación del aire y, por ende, la ecuación está desbalanceada respecto de más calidad de vida, más bienestar.

¿Cómo restablecer entonces la ecuación?


Con el diálogo y la articulación entre los actores, porque todos hacen parte de la ecuación. Hemos desatado los procesos necesarios para, de forma gradual, ir migrando hacia un territorio que debe ajustar su modelo de ocupación y encontrar el equilibrio bajo criterios de sostenibilidad, competitividad y productividad. Entonces, ese equilibrio ya no tiene que ver sólo con lo local o lo metropolitano, sino con todos los actores que están en el entorno regional, que para el caso nuestro corresponde al llamado Parque Central de Antioquia, trasciende incluso los límites del Departamento y llega a otras regiones del país.

Y entonces aparece la figura de la asociatividad como otro detonante del desarrollo…


Sin duda. El fortalecimiento de la descentralización política, fiscal y administrativa pasa por el reconocimiento de las autonomías que son capaces de juntarse hacia modelos de desarrollo comunes y para eso se tramitó una Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial, cuyo corazón es la asociatividad. Colombia no puede seguir entre la desidia del centralismo y el enconchamiento de las autonomías municipales.

¿Cómo hacer para darle a la asociatividad su rol en el nuevo modelo?


Entregándole los instrumentos que la desarrollan y la potencian. Es clave ponerla en el centro de las grandes decisiones. Entender que las metrópolis hoy son la alternativa hacia la solución de muchos de los retos y problemas que enfrentan las ciudades. Es evidente que los territorios que buscan avanzar solos no logran llegar lejos y, por el contrario, rezagan su desarrollo y condenan a sus ciudadanos a la exclusión y la inequidad.

Pero para juntarse es fundamental generar confianza…


Esa es la esencia de la asociatividad. No hubiéramos avanzado tanto y en tan corto tiempo como entidad sin haber logrado sentar a esos actores en la misma mesa. Dentro de esos jugadores locales, regionales, nacionales e internacionales, la academia es un aliado fundamental en la construcción de esa confianza, porque nos brinda un elemento central: conocimiento científico, rigor técnico y seguimiento al capital acumulado como factor central para avanzar con indicadores de medición.

Hemos avanzado mucho, pero el camino de la sostenibilidad no termina y todos los días plantea nuevos desafíos. ¿Qué sigue?


La ruta es la misma: articular y concertar. Lo institucional público no puede avanzar sin lo institucional privado y ambos no avanzan si no dialogan con los ciudadanos, con la academia, los gremios, los colectivos sociales; y todos no avanzamos si no tenemos el conocimiento científico y el rigor técnico como elementos centrales en la toma de decisiones en el corto, mediano y largo plazo.

¿Sobre todo hacia el largo plazo?


Por supuesto. La construcción de confianza será trascendental para que como territorio podamos definir visiones y hacer acuerdos de largo plazo. Respetando las autonomías, los territorios tienen que hacer acuerdos de largo plazo en torno a los usos del suelo, las densidades y alturas urbanísticas, la capacidad de soporte, el parque automotor, la calidad del aire, la biodiversidad, el uso racional del agua, la demanda de los servicios públicos, el transporte público, la movilidad activa, el manejo de los residuos sólidos y la provisión de bienes y servicios. Por eso venimos trabajando en proyectos tan importantes como Diamante Medellín, Antioquia 2050 y Metrópolis 2050, en unas líneas de pensamiento que, independiente de las metodologías, podamos conversar y articular aquellos temas que son comunes a los territorios. Y eso es y será posible, repito, si mantenemos el diálogo y la concertación como instrumentos esenciales del nuevo modelo de Gobernanza y de ésta como ruta segura hacia la sostenibilidad del planeta. Y para nosotros, además del diálogo y la concertación, la Gobernanza significa el respeto por el otro, el respeto a sus opiniones, a sus anhelos, pero en concordancia con los intereses del colectivo. Las ciudades por sí solas no son sostenibles ni son inteligentes ni son saludables. Los territorios sí, porque integran lo micro, integran lo urbano, lo rural, lo urbano regional, lo periurbano, los ecosistemas. Acá está lo valioso que nosotros les hemos propuesto a esos actores. No nos hemos quedado en el discurso, sino que hemos hecho de la planeación un plan y una acción para avanzar.

Queda un estilo gerencial y un liderazgo colectivo, pero sin duda uno de los mayores legados del conocimiento es la Escuela de Ecología Urbana como un ejemplo de Gobernanza…


La creación de la Escuela ha sido un proceso emocionante y de gran significado personal, porque desde el comienzo tuve como guía de la planificación con equidad humana y territorial del territorio la Encíclica del Papa Francisco Laudato Sí, la Casa Común. Y dentro de lo inspirador que dice el Papa en esa circular está el concepto de ecología humana. La responsabilidad que tenemos todos los seres vivos de vivir en armonía con la Madre Tierra. La Escuela de Ecología Urbana, como centro de pensamiento, es una apuesta por el conocimiento y el diálogo de saberes como herramientas para la vida en condiciones de igualdad. Y, por supuesto, cuando hablamos de diálogo y concertación como factores centrales de Gobernanza, la Escuela es un ejemplo muy potente de lo que debemos hacer para avanzar en el corto y en el largo plazo hacia un territorio sostenible, sustentable, competitivo y productivo, y con equidad. Ese es otro legado que queda para seguir buscando los mejores objetivos, no sólo en el ámbito metropolitano, sino global.